La cultura constituye
la carta de presentación, vale decir, la identidad de las naciones y de los
pueblos. Es como el oxígeno a la vida. Sin ellas estaríamos viviendo en la edad
de piedra.
No obstante el valor inconmensurable de la
cultura en la forja de la personalidad del hombre, es tenida como un lujo, como
algo marginal en el mundo subdesarrollado. Esa situación se refleja en los
presupuestos nacionales.
Pese a las dificultades, en países como el
nuestro hay un despertar en el espíritu creador. En todas las vertientes del
arte bullen las ideas generosas y el afán de superación. Hay, pues, una especie
de sacudimiento que nos llena de satisfacción e iluminado orgullo.
El quehacer es variado, como variada su
temática. La objetividad y la subjetividad juegan un papel singular en las
cuestiones estéticas.
Hacemos las anteriores consideraciones para
referirnos a una rama de la cultura: la literatura, con imagen propia, sin
desechar las influencias foráneas, siempre que las mismas sean beneficiosas
para el país.
Honduras, lo decimos sin modestias de ninguna
clase, es rica en ingenio, talento y destrezas. En todas las disciplinas del
conocimiento, podemos señalar ejemplos que nos enaltecen.
En el campo literario, que es motivo de esta
charla, a lo largo de nuestra historia han emergido elementos que son honra de
la nación. Empezamos por mencionar al sacerdote José Trinidad Reyes, el primero
que en su época llevó a las tablas obras de teatro. Son famosos sus villancicos
y pastorelas que fueron la atracción de la gente que acudía masivamente a sus
presentaciones.
En el mismo orden de ideas, citamos a don José
Cecilio del Valle, redactor del acta de independencia de la gran patria
centroamericana. Sus escritos sobre política y economía siguen siendo objeto de
estudio pro mentes lúcidas de las pasadas y actuales generaciones. El talentoso
compatriota desempeñó en Centroamérica y en México importantes funciones
públicas. Plumas brillantes fueron también las del Álvaro Contreras y Ramón
Rosa, representativos de un periodismo honrado, valiente y veraz. Decía el Dr.
Rosa, Ministro General en el gobierno del Dr. Marco Aurelio Soto: “Difícil
tarea la de hacer periodismo fundamental y constructivo, allí donde las
pasiones son el fruto natural del odio y aguzan la intriga de quienes no
contribuyen a elevar el nivel de la educación del pueblo. Es de esperarse que,
acatada como está la libertad de pensamiento, la prensa tome mayor ensanche,
robustezca las sanas ideas y ejerza por doquiera, su influencia civilizadora”.
Eminentes periodistas fueron asimismo: Juan
Ramón Molina, el Príncipe de la poesía hondureña, Augusto C. Coello, Froylán
Turcios, Alfonso Guillen Zelaya, Vidal Mejía, Julián López Pineda, Salatiel
Rosales, Medardo Mejía, Paulino Valladares, Oscar A. Flores, Rafael Heliodoro
Valle, ciudadano ilustre que honró a la patria dentro y fuera de sus fronteras,
igualmente, Rómulo E. Durón, Manuel Sevilla Oliva, Manuel M. Calderón, etc.
El único e imprescindible material de que
echan mano las intelectuales es la palabra, surtidor de aguas vivas en boca de
los elegidos por la gracia del númen o imprecación de odio en boca de palurdos.
Es sustancia y origen, expresión del sentimiento; mar tranquilo o mar
embravecido; céfiro que acaricia o huracán que golpea. Es profecía en boca de
los sabios, inefable inocencia en el balbuceo de los niños e inclaudicable
devoción en la voz de las madres.
Todo principia y termina en la palabra, roce
de alas, idioma del amor o aldabonazo en las luchas populares. Lo bueno y lo
malo en la palabra caben. Agresivas aristas o perfiles de abscóndita belleza,
son su forma y su fondo, cristales de Seres que jamás se empañan, porque sus
reflejos tocan la eternidad. En fin, la palabra es canto de alegría y de
esperanza y, en la hora solemne del viaje definitivo, es Padrenuestro. Si la
palabra un día nos faltase, un silencio de tumba cubriría la tierra. Con ella
el justo embrida las pasiones y los bellacos suelen encadenarla, siendo
estigmatizados por la historia. La palabra marca la frontera entre el hombre y
la bestia. Como arte en todas sus expresiones, seguirá retando a las edades.
Entre otros cultores de la palabra:
periodistas, ensayistas y escritores, vivos unos pocos y los más que ya
cruzaron el tramonto eterno, mencionaremos a Jorge Fidel Durón, Lucas Paredes,
Humberto López Villamil, Ezequiel Escoto Manzano, José María Espinoza, Armando
Zelaya, Helen Umaña, Arturo Martínez Galindo, Hernán Ramírez, Adán Elvir
Flores, Nelson Fernández, Manuel Gomero Durón, José Francisco Morales Cálix,
Dinisio Ramos Bejarano, Jacobo Golstein, German Allan Padgett, Julio César
Marín, Edgardo Paz Barnica, Rodolfo Pastor Fasquelle, Lisandro Quesada, Jesús
Muñoz Tábora, Nora Landa Blanco Vda de Tróchez, María Eugenia Ramos, Blanca
Moreno, Gloria Vargas, Maira Navarro, Max Velásquez Díaz, Juan Milla Bermúdez,
Norma Oviedo de Milla, María Trinidad del Cid, Visitación Padilla, Rafael Leiva
Vivas, Ramón Oquelí, Mario Argueta, Filander Díaz Chávez (escritores e
historiadores) Luis Alemán, Donaldo Castillo Romero, Guillermo Castellanos
Enamorado, Jorge Montenegro, Luís Díaz Chávez, Raúl Lanza Valeriano, Adolfo
Hernández, Jonathan Rusell, Carmencito Fiallos, Visitación Padilla, Mercedes
Laínez de Blanco, Graciela Bográn, Antonio Ochoa Alcántara, Carmen Castro,
Litza Quintana (Elvia Castañeda de Machado), Eliseo Pérez Cadalso, Víctor
Cáceres Lara, Joaquín Mendoza Banegas, Dionisio Romero Narváez, Juan Ramón
Martínez, Segisfredo Infante, Benjamín Santos, Leticia de Oyuela, Isolda Arita
Mesler y muchos más
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