lunes, 20 de agosto de 2012

Panorama de la Literatura Nacional

La cultura constituye la carta de presentación, vale decir, la identidad de las naciones y de los pueblos. Es como el oxígeno a la vida. Sin ellas estaríamos viviendo en la edad de piedra.
No obstante el valor inconmensurable de la cultura en la forja de la personalidad del hombre, es tenida como un lujo, como algo marginal en el mundo subdesarrollado. Esa situación se refleja en los presupuestos nacionales.
Pese a las dificultades, en países como el nuestro hay un despertar en el espíritu creador. En todas las vertientes del arte bullen las ideas generosas y el afán de superación. Hay, pues, una especie de sacudimiento que nos llena de satisfacción e iluminado orgullo.
El quehacer es variado, como variada su temática. La objetividad y la subjetividad juegan un papel singular en las cuestiones estéticas.
Hacemos las anteriores consideraciones para referirnos a una rama de la cultura: la literatura, con imagen propia, sin desechar las influencias foráneas, siempre que las mismas sean beneficiosas para el país.
Honduras, lo decimos sin modestias de ninguna clase, es rica en ingenio, talento y destrezas. En todas las disciplinas del conocimiento, podemos señalar ejemplos que nos enaltecen.
En el campo literario, que es motivo de esta charla, a lo largo de nuestra historia han emergido elementos que son honra de la nación. Empezamos por mencionar al sacerdote José Trinidad Reyes, el primero que en su época llevó a las tablas obras de teatro. Son famosos sus villancicos y pastorelas que fueron la atracción de la gente que acudía masivamente a sus presentaciones.

En el mismo orden de ideas, citamos a don José Cecilio del Valle, redactor del acta de independencia de la gran patria centroamericana. Sus escritos sobre política y economía siguen siendo objeto de estudio pro mentes lúcidas de las pasadas y actuales generaciones. El talentoso compatriota desempeñó en Centroamérica y en México importantes funciones públicas. Plumas brillantes fueron también las del Álvaro Contreras y Ramón Rosa, representativos de un periodismo honrado, valiente y veraz. Decía el Dr. Rosa, Ministro General en el gobierno del Dr. Marco Aurelio Soto: “Difícil tarea la de hacer periodismo fundamental y constructivo, allí donde las pasiones son el fruto natural del odio y aguzan la intriga de quienes no contribuyen a elevar el nivel de la educación del pueblo. Es de esperarse que, acatada como está la libertad de pensamiento, la prensa tome mayor ensanche, robustezca las sanas ideas y ejerza por doquiera, su influencia civilizadora”.
Eminentes periodistas fueron asimismo: Juan Ramón Molina, el Príncipe de la poesía hondureña, Augusto C. Coello, Froylán Turcios, Alfonso Guillen Zelaya, Vidal Mejía, Julián López Pineda, Salatiel Rosales, Medardo Mejía, Paulino Valladares, Oscar A. Flores, Rafael Heliodoro Valle, ciudadano ilustre que honró a la patria dentro y fuera de sus fronteras, igualmente, Rómulo E. Durón, Manuel Sevilla Oliva, Manuel M. Calderón, etc.
El único e imprescindible material de que echan mano las intelectuales es la palabra, surtidor de aguas vivas en boca de los elegidos por la gracia del númen o imprecación de odio en boca de palurdos. Es sustancia y origen, expresión del sentimiento; mar tranquilo o mar embravecido; céfiro que acaricia o huracán que golpea. Es profecía en boca de los sabios, inefable inocencia en el balbuceo de los niños e inclaudicable devoción en la voz de las madres.
Todo principia y termina en la palabra, roce de alas, idioma del amor o aldabonazo en las luchas populares. Lo bueno y lo malo en la palabra caben. Agresivas aristas o perfiles de abscóndita belleza, son su forma y su fondo, cristales de Seres que jamás se empañan, porque sus reflejos tocan la eternidad. En fin, la palabra es canto de alegría y de esperanza y, en la hora solemne del viaje definitivo, es Padrenuestro. Si la palabra un día nos faltase, un silencio de tumba cubriría la tierra. Con ella el justo embrida las pasiones y los bellacos suelen encadenarla, siendo estigmatizados por la historia. La palabra marca la frontera entre el hombre y la bestia. Como arte en todas sus expresiones, seguirá retando a las edades.

Entre otros cultores de la palabra: periodistas, ensayistas y escritores, vivos unos pocos y los más que ya cruzaron el tramonto eterno, mencionaremos a Jorge Fidel Durón, Lucas Paredes, Humberto López Villamil, Ezequiel Escoto Manzano, José María Espinoza, Armando Zelaya, Helen Umaña, Arturo Martínez Galindo, Hernán Ramírez, Adán Elvir Flores, Nelson Fernández, Manuel Gomero Durón, José Francisco Morales Cálix, Dinisio Ramos Bejarano, Jacobo Golstein, German Allan Padgett, Julio César Marín, Edgardo Paz Barnica, Rodolfo Pastor Fasquelle, Lisandro Quesada, Jesús Muñoz Tábora, Nora Landa Blanco Vda de Tróchez, María Eugenia Ramos, Blanca Moreno, Gloria Vargas, Maira Navarro, Max Velásquez Díaz, Juan Milla Bermúdez, Norma Oviedo de Milla, María Trinidad del Cid, Visitación Padilla, Rafael Leiva Vivas, Ramón Oquelí, Mario Argueta, Filander Díaz Chávez (escritores e historiadores) Luis Alemán, Donaldo Castillo Romero, Guillermo Castellanos Enamorado, Jorge Montenegro, Luís Díaz Chávez, Raúl Lanza Valeriano, Adolfo Hernández, Jonathan Rusell, Carmencito Fiallos, Visitación Padilla, Mercedes Laínez de Blanco, Graciela Bográn, Antonio Ochoa Alcántara, Carmen Castro, Litza Quintana (Elvia Castañeda de Machado), Eliseo Pérez Cadalso, Víctor Cáceres Lara, Joaquín Mendoza Banegas, Dionisio Romero Narváez, Juan Ramón Martínez, Segisfredo Infante, Benjamín Santos, Leticia de Oyuela, Isolda Arita Mesler y muchos más

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