lunes, 20 de agosto de 2012

Literatura joven y vanguardista en Honduras


Literatura joven y vanguardista en Honduras
A partir del 70, los escritores dejan atrás el costumbrismo, se sacuden el machismo y buscan un rumbo personal y auténtico. Julio Escoto considera que falta que el público ame los libros nacionales y sus autores, los lea, compre y vibre con ellos.
Tegucigalpa,
Honduras
La década del 50 y el decenio subsiguiente marcaron un hito en la literatura hondureña.
Pero no menos prolífica es la producción literaria de mediados del 70, escritores como Julio Escoto, Eduardo Bähr, Marco Carías Zapata, Rigoberto Paredes, Roberto Castillo y José Luis Quesada hicieron un notable aporte que abrió paso a una nueva generación de escritores que hoy bregan en el campo de las letras intentando plasmar su propio legado.
Eso no significa que las obras de los ya establecidos escritores como Roberto Sosa, Pompeyo del Valle, Óscar Acosta y Mimí de Lozano, entre otros, hayan perdido vigencia, todo lo contrario, su influencia marca la nueva literatura nacional; y a decir de Eduardo Bähr, esto sucede “porque las condiciones sociales son distintas”.
Y precisamente él junto a Marco Carías Zapata, Julio Escoto y José Funes nos guían en un recorrido por las obras y escritores más importantes de la década del 70 hasta nuestros días.
La generación de la guerra
En relación a la literatura hondureña del 70, Marco Carías Zapata dijo que “nos estamos refiriendo a lo que en aquel momento se llamó la literatura joven en Honduras, la ruptura con ciertas formas de expresión que venían desde las décadas anteriores, me parece a mí, que como en Honduras muchos fenómenos artísticos y literarios se dan con cierto retraso, son movimientos que están relacionados con las vanguardias del siglo XX que vienen desde la época entre guerras, años 20, y que en Honduras no se habían asentado”.
Carías explicó que esta generación inició con una literatura diferente, dejando atrás los lineamientos costumbristas porque ya no es una literatura rural.
Esta llamada “generación de la guerra” recibió ese apelativo por el conflicto que hubo entre Honduras y El Salvador, que según Funes, a pesar de haber marcado la conciencia nacional, produjo una literatura muy escasa, eso sí, de muy buena calidad.
Es ahí que tienen gran connotación obras como “El cuento de la guerra” de Eduardo Bähr, “El árbol de los pañuelos” de Julio Escoto y “La ternura que esperaba” de Marco Carías Zapata.
Bähr expresó que antes de 1969 era la poesía la que dominaba el espacio literario, pero señala que después entran con mayor fuerza la narrativa, el teatro y el ensayo.
La diferencia que marcan estos autores es cualitativa porque “escriben con una gran calidad, son maestros, entonces sus temas están tratados con un gran dominio del lenguaje, son grandes escritores”.
¿Qué encierran sus obras?
Carías considera que Julio Escoto “tiene una manera más arquitectural, más elaborada de preparar sus trabajos, junto con una prosa muy fina, entonces todo eso le da a lo que escribe un contexto con mucha personalidad propia, y también fácil de leer y de degustar”, el autor muestra un gran dominio del lenguaje en su obra.
Por otra parte, Eduardo Bähr tiene un componente diferente, ya que sus obras “son hasta cierto punto irreverentes, él es fresco y divertido. Eduardo siempre tuvo ese elemento sorpresa, y de que las cosas se pueden decir de una forma muy humana, pero al mismo tiempo socarronas”, dijo Marco Carías; mientras que Escoto resalta su intensa capacidad de innovación.
“Carías Zapata tiene en su obra la influencia del boom latinoamericano y establece nuevas propuestas estéticas en la escasa producción narrativa hondureña”, apuntó Funes.
Estos escritores exploran nuevos caminos en las letras nacionales y abarcan las décadas siguientes.
Una de la obras clave de Carías es el libro “Una función con móbiles y tentetiesos”, con la que rompe con todos los esquemas de la escritura y la lectura en la narrativa del país, esta ya corresponde al 80.
En esa lista se anota Rigoberto Paredes, quien consolida su estilo con el libro “En el lugar de los hechos”, y como se detalla en el libro “La palabra iluminada” de Helen Umaña, muestra un ritmo reposado y aparente facilismo, con el inteligente manipuleo de frases cotidianas y con una realidad frecuentemente sesgada por la ironía.
Estos escritores pasan al ochenta como “iconoclastas, que no le tenemos miedo a nada”, dijo Bähr.
La nueva generación
A finales del ochenta, en la década del 90 y el inicio del siglo XXI muchos escritores vienen a impregnar con su estilo la literatura hondureña.
Helen Umaña, María Eugenia Ramos, Galel Cárdenas, José Luis Oviedo, Juana Pavón, José Adán Castelar, Leticia de Oyuela y José Antonio Funes, entre muchos otros, son parte de la generación anterior al dos mil.
Y los escritores actuales como Marta Susana Prieto, Fabricio Estrada, Giovanni Rodríguez, Lety Elvir, Mayra Oyuela, Salvador Madrid, Samuel Trigueros, César Indiano, entre muchos otros, ya forman parte de una generación más globalizada, con sangre joven, con ganas de dar la batalla.
En estos años la literatura femenina comienza a cobrar fuerza y se sacude el machismo que ha imperado en nuestra sociedad.
Los escritos son modernos y contemporáneos, “de allí que en alguna forma reflejen las preocupaciones del hombre del siglo XXI, entre ellas la búsqueda de independencia política y social, la opción de libertad sexual, así como el misterio de la relación humana”, expresó Julio Escoto.
Es así que los poetas actuales buscan un rumbo profundamente personal y auténtico, a decir de Escoto, pues “el manejo técnico ya no es problema para ellos, pero sí captar sintonías con el universo, el mundo y el hombre de hoy, no solo vibrar con ellos, sino hacer vibrar a ellos”, apuntó.
A diferencia de la literatura del siglo pasado, “hoy un escritor que se llame tal debe saber manejar el instrumento de creación, que es la palabra, con dominio total, o mejor busca otro oficio ya que el lector es cada vez más observador y exigente. No se le puede engañar más”.
Los temas abordados en la literatura hondureña son la violencia, la búsqueda de la identidad personal y nacional, la relación humana “y poco a poco va entrando en la narrativa y la poesía la sexualidad y el urbanismo o cosmopolitismo confuso y a la vez creador”, enfatizó Escoto.
A juicio del escritor, en Honduras no hay censura en la literatura, salvo por el buen o mal gusto de los lectores, ya que a veces los autores de limitada calidad son alabados, pero son más bien una “especie de francotiradores de las letras, mercenarios de la palabra que lo que buscan es solamente vender libros, no aportar calidad. Y por veces, muchas, la gente reconoce un buen libro y lo adopta y consume. También está la iglesia anticuada que ante todo lo que ella no domina amaga el ceño y arruga la boca. Pero es una viejita a la que ya el tiempo perdonó”.
La literatura hondureña es basta y con un enorme y variado poder creativo que solo puede palparse sumergiéndose en ella, entendiéndola, aceptándola y amándola.
Dos entregas son muy pocas para reconocer a tantos escritores que con sus letras han logrado llegar a muchos y forman parte de un legado que perdura en sus obras.
La literatura de Honduras 
Cuenta con poetas, novelistas y narradores de notable calidad en diferentes períodos de la historia de ese país centroamericano.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, descatan escritores como Froylán Turcios y el poeta modernista, Juan Ramón Molina. Lucila Gamero (1873-1964) es la novelista más relevante del romanticismo en Honduras. En tanto que, Prisión verde, de Ramón Amaya Amador, es la novela por excelencia con la que se inaugura la literatura del realismo social dentro del país. Los poetas Óscar Acosta, Roberto Sosa, Rigoberto Paredes, José Adán Castelar, Alexis Ramírez y José Luis Quesada, junto a narradores como Julio Escoto, Eduardo Bähr - libro de cuentos, El cuento de la guerra - y Ernesto Bondy Reyes - "La mujer fea y el restaurador" - entre otros y otras, son los escritores que abren nuevas perspectivas -literaria y generacionales- en el modo de hacer y enfrentar el hecho literario nacional a partir de los años 60, 70 y la actualidad. No se puede obviar a los renombrados escritores Oscar Amaya con su última producción de cuentos El Prodigio de los prícipes; Galel Cárdenas con su última novela Pared del agua; la novelista Denia Nelson Moncada, con un destacado estilo realista con un toque magico muy innovador en su novela "El Regreso de una Wetback", basada en un testimonio galardonado en Australia; en esta novela, por primera vez en la literatura hondureña, se hace uso de algunos terminos del Spanglish,
Helen Umaña es una de las pocas escritoras hondureñas que ha enfocado su labor literaria hacia el ensayo y la crítica literaria, aparte de la historiadora Leticia de Oyuela, quien ha escrito ensayos sobre pintura y ha publicado diferentes libros sobre la historia de Honduras.
En la literatura hondureña del presente se puede hablar de escritores que incursionan tanto en la poesía como en la narrativa, Marta Susana Prieto (Melodía de Silencios) cuento (Animalario) novela histórica (Memoria de las Sombras) ésta última merecedora de una Distinción de Casa de las Américas de Cuba. Entre otros autores César Lazo, Felipe Rivera Burgos, Efraín López Nieto, Jorge Miralda, Elisa Logan, Rebeca Becerra, Rubén Izaguirre, Mario Berríos, Alberto Destephen, Débora Ramos, Aleyda Romero,Dorita ZapataSoledad Altamirano, Samuel Trigueros, Israel Serrano, Fabricio Estrada, Heber Sorto, Salvador Madrid, David Fortín, Melissa Merlo, Oscar Sierra, Gustavo Campos, Giovanni Rodríguez, Murvin Andino Jiménez, Otoniel Natarén, entre otros, y quienes además de su producción individual, figuran en importantes antologías hondureñas y extranjeras.
Literatura de Honduras
Literatura joven y vanguardista en Honduras
A partir del 70, los escritores dejan atrás el costumbrismo, se sacuden el machismo y buscan un rumbo personal y auténtico. Julio Escoto considera que falta que el público ame los libros nacionales y sus autores, los lea, compre y vibre con ellos.
Tegucigalpa,
Honduras
La década del 50 y el decenio subsiguiente marcaron un hito en la literatura hondureña.

Pero no menos prolífica es la producción literaria de mediados del 70, escritores como Julio Escoto, Eduardo Bähr, Marco Carías Zapata, Rigoberto Paredes, Roberto Castillo y José Luis Quesada hicieron un notable aporte que abrió paso a una nueva generación de escritores que hoy bregan en el campo de las letras intentando plasmar su propio legado.

Eso no significa que las obras de los ya establecidos escritores como Roberto Sosa, Pompeyo del Valle, Óscar Acosta y Mimí de Lozano, entre otros, hayan perdido vigencia, todo lo contrario, su influencia marca la nueva literatura nacional; y a decir de Eduardo Bähr, esto sucede “porque las condiciones sociales son distintas”.

Y precisamente él junto a Marco Carías Zapata, Julio Escoto y José Funes nos guían en un recorrido por las obras y escritores más importantes de la década del 70 hasta nuestros días.

La generación de la guerra

En relación a la literatura hondureña del 70, Marco Carías Zapata dijo que “nos estamos refiriendo a lo que en aquel momento se llamó la literatura joven en Honduras, la ruptura con ciertas formas de expresión que venían desde las décadas anteriores, me parece a mí, que como en Honduras muchos fenómenos artísticos y literarios se dan con cierto retraso, son movimientos que están relacionados con las vanguardias del siglo XX que vienen desde la época entre guerras, años 20, y que en Honduras no se habían asentado”.

Carías explicó que esta generación inició con una literatura diferente, dejando atrás los lineamientos costumbristas porque ya no es una literatura rural.

Esta llamada “generación de la guerra” recibió ese apelativo por el conflicto que hubo entre Honduras y El Salvador, que según Funes, a pesar de haber marcado la conciencia nacional, produjo una literatura muy escasa, eso sí, de muy buena calidad.

Es ahí que tienen gran connotación obras como “El cuento de la guerra” de Eduardo Bähr, “El árbol de los pañuelos” de Julio Escoto y “La ternura que esperaba” de Marco Carías Zapata.

Bähr expresó que antes de 1969 era la poesía la que dominaba el espacio literario, pero señala que después entran con mayor fuerza la narrativa, el teatro y el ensayo.

La diferencia que marcan estos autores es cualitativa porque “escriben con una gran calidad, son maestros, entonces sus temas están tratados con un gran dominio del lenguaje, son grandes escritores”.

¿Qué encierran sus obras?

Carías considera que Julio Escoto “tiene una manera más arquitectural, más elaborada de preparar sus trabajos, junto con una prosa muy fina, entonces todo eso le da a lo que escribe un contexto con mucha personalidad propia, y también fácil de leer y de degustar”, el autor muestra un gran dominio del lenguaje en su obra.
A fines de los años '70 y en los años '80, el problema central de Honduras fue la inestabilidad política que reinaba en los paises vecinos. En 1980, Paz García firmó entonces un tratado de paz con El Salvador.
En las elecciones de noviembre de 1981, el candidato del Partido liberal, Roberto Suazo Córdova, consigue la presidencia, marcando el retorno de los civiles al poder. Los militares, sin embargo, guardaron una influencia considerable. Honduras se volvió una base para los guerilleros que luchaban contra el gobierno de Nicaragua, y los Estados Unidos emprendieron entonces una serie de ejercicios militares, a fin de ejercer una presión suplementaria sobre el gobierno sandinista.

En 1985, José Simón Azcona Hoyo fue elegido presidente. Fue reemplazado por Rafael Leonardo Callejas, en 1989. Su gobierno estuvo colmado de huelgas, mientras que trataba de hacer lo posible con una situación económica desastrosa.

En 1993, Carlos Roberto Reina obtuvo la elección presidencial frente a Callejas. Reina entró en el camino de las reformas económicas y las medidas de austeridad.
En 1989, Rafael Callejas, candidato del Partido Nacional, triunfó ampliamente en elecciones que fueron calificadas de fraudulentas. Respaldado por Estados Unidos y los círculos empresariales, Callejas inició una completa liberalización de la economía.
En 1990, tras la derrota sandinista en las elecciones nicaragüenses, la administración Bush redujo sensiblemente la ayuda económica a Honduras. Callejas se acercó a las Fuerzas Armadas para prevenir una agudización del malestar social.
A comienzos de 1990, el gobierno aumentó los impuestos, incrementó en 50% los precios de los combustibles y devaluó la moneda.
En diciembre el gobierno decretó la amnistía para los detenidos y perseguidos políticos. Se abolió la ley antiterrorismo y se creó un marco de concertación política sin exclusiones.
El 12 de enero de 1991, luego de ocho años de exilio, regresaron a Honduras cuatro dirigentes políticos de izquierda, anunciando el fin de la lucha armada. En octubre de 1991, las Fuerzas Populares Revolucionarias Lorenzo Zelaya se acogieron al decreto y renunciaron a la lucha armada.
El comandante de las Fuerzas Armadas, general Arnulfo Cantarera, acusado de cometer violaciones a los derechos humanos, fue cesado en su cargo y sustituido por el general Luis Discua, que encabezó una creciente injerencia del poder militar en la vida política. El asesinato político a opositores y otros abusos cometidos por los militares fueron denunciados por el Comité Hondureño de Defensa de los Derechos Humanos.
El programa de ajuste del gobierno de Callejas permitió renegociar la deuda externa de 3.500 millones de dólares. Las nuevas leyes agrarias autorizaron la venta de tierras expropiadas lo que favoreció la especulación de las empresas agrícolas trasnacionales.
El aumento del poder militar y la inestabilidad política se sumaron a la debilidad de la economía, que perdió el aporte de dólares proporcionados por la ayuda militar norteamericana.
El descontento popular se vio expresado en las urnas, cuando en las elecciones del 28 de noviembre de 1993 triunfó el candidato de la oposición, el socialdemócrata Carlos Roberto Reina.
Una de las primeras resoluciones del nuevo gobierno fue la abolición del servicio militar obligatorio. Esta medida fue aprobada por el Parlamento en mayo de 1994 y ratificada por la siguiente legislatura, en abril de 1995, por 125 votos a 3. Pero en agosto de 1994 y cediendo a las presiones militares, el gobierno aceptó un llamado temporal a filas para llenar 7 mil vacantes en las Fuerzas Armadas. Al promediar 1994, el gobierno disolvió oficialmente a la temida Dirección Nacional de Investigaciones, el otrora brazo torturador de las Fuerzas Armadas.
Como consecuencia de la caída de las exportaciones de banano a la Comunidad Europea, la compañía bananera estadounidense Tela Railroad Company cerró cuatro establecimientos aduciendo que no eran rentables, además de suspender por tres meses a tres mil empleados. Los trabajadores sindicalizados se declararon en huelga. Luego de varios días de tensión, el gobierno decretó el fin de la huelga y obligó a la compañía a suspender el cierre de las fincas y retroceder en su medida de suspensión colectiva de trabajadores. Pero la empresa negoció con el sindicato, SITRATERCO, el reintegro de 1.200 trabajadores, quedando suspendidas unas mil funcionarias mujeres.
A raíz de la sequía registrada en la primera mitad del año, 90 municipios del país perdieron más de 60% de sus cultivos de subsistencia. Ante el peligro de hambruna que amenazaba a más de un millón y medio de personas, las autoridades solicitaron la asistencia de la FAO. Esta otorgó una ayuda de 900 mil dólares para el desarrollo agrícola de las regiones declaradas en estado de emergencia. 73% de la población hondureña vive en estado de pobreza o pobreza extrema.
La sequía afectó también los bosques: la superficie forestada bajó de 36% en 1980 a menos de 27% del territorio total en 1995. La acelerada deforestación ha acentuado la erosión del suelo.
Mientras las fuerzas armadas continuaban realizando tareas de policía en las ciudades, la Asamblea Legislativa comenzó el proceso de reforma constitucional que terminó asignando el control de las fuerzas de seguridad pública al poder civil. En enero de 1995 entró en funciones la Unidad de Investigación Criminal, conducida por civiles, que sustituyó a la policía secreta desarticulada el año anterior. El nuevo cuerpo, integrado inicialmente por 1.500 agentes, recibió entrenamiento de la policía israelí y del FBI de Estados Unidos. En ese momento más de 50 personas eran asesinadas cada día en territorio hondureño.
Altos funcionarios de gobierno fueron a prisión en 1995 por su vinculación con el tráfico de pasaportes oficiales. La Suprema Corte de Justicia revocó la inmunidad del ex presidente Callejas para que declarara sobre falsificación de documentos y apropiación de fondos públicos. El propio Reina fue alcanzado por su ofensiva contra la corrupción. El presidente fue investigado por usar fondos estatales para resolver un asunto privado.
En 1971, nacionalistas y liberales firmaron un Pacto de Unidad. El general Osvaldo López Arellano, en el poder desde 1963, permitió la celebración de elecciones en las que triunfó Ramón Ernesto Cruz, del Partido Nacional.
En 1972 López Arellano derrocó a su sucesor y se mostró más sensible al pedido de una reforma agraria intentando controlar a la United Brands (ex UFCo.). Los grupos afectados reaccionaron y López Arellano fue sustituido por el coronel Juan A. Melgar Castro.
El jefe del Ejército, general Policarpo Paz García, asumió el poder en 1978. El régimen hondureño se alió estrechamente con Anastasio Somoza, dictador de la vecina Nicaragua. La revolución sandinista apresuró en Honduras la elección de una Asamblea Constituyente, una de cuyas primeras decisiones fue ratificar como presidente a Paz García. En 1981 se celebraron elecciones en las que el candidato del Partido Liberal, Roberto Suazo Córdova, asumió la presidencia en enero de 1982.
Suazo Córdoba aprobó aumentos de precios en artículos de consumo popular y promulgó una "ley antiterrorista" que prohibió el derecho de huelga al considerarlo "intrínsecamente subversivo". Grupos paramilitares de exterminio actuaban con impunidad y las "desapariciones" de opositores políticos se tornaron corrientes.
Honduras toleró la presencia de tropas estadounidenses y la instalación de bases contrarrevolucionarias nicaragüenses en su territorio. Se calculaba que en 1983 el Pentágono tenía 1.200 soldados, que además de intervenir directamente en operativos bélicos, daban instrucción militar, apoyo logístico y construían obras de infraestructura. La "contra" nicaragüense mantenía unos 15.000 efectivos, a los que se sumaban cerca de 30.000 refugiados nicaragüenses.
En 1985, 7.000 soldados norteamericanos realizaron maniobras muy cerca de la frontera nicaragüense. La fuerza aérea hondureña recibió una oferta para renovar todos los aviones de combate. Con unos trescientos millones de dólares el ejército local duplicó sus efectivos y renovó la flota de combate de su Fuerza Aérea.
En las elecciones de 1985 triunfó José Azcona Hoyo, del Partido Liberal. El nuevo presidente pidió ayuda a Washington para que los "contras" pudieran abandonar el país y trató de estimular la inversión extranjera.
El manejo de la ayuda norteamericana desató una corrupción desenfrenada, principalmente en las Fuerzas Armadas. El plan de privatizaciones y reducción del gasto público fracasó y en el sector agropecuario, el desempleo estacional alcanzó a 90% de los trabajadores.


No hay comentarios:

Publicar un comentario